CURSO DE GNOSIS

B20.- El Simbolismo de la Navidad

Esta noche platicaremos sobre el simbolismo de la Navidad. Es claro que éste es un evento maravilloso sobre el cual urge meditar profundamente.

El Sol, cada año, realiza un viaje elíptico que comienza desde el 25 de Diciembre en adelan­te. Luego, regresa otra vez hacia el Polo Sur, hacia la zona donde está la Antártida. Por eso, precisa­mente, vale que reflexionemos en su honda significación.

Por estos tiempos comienza el frío aquí en el Norte, debido precisamente a que el Sol se está alejando hacia las regiones australes, y el 24 de Diciembre el Sol habrá llegado al máximum en su viaje hacia el Sur. Si no fuera porque el Sol avanza hacia el Norte desde el 25 de Diciembre en adelante, moriríamos de frío. la Tierra entera se convertiría en una mole de hielo y perecería realmente toda criatura, todo aquello que tenga vida. Así pues, bien vale la pena que reflexione­mos en el acontecimiento de la Navidad.

El Cristo-Sol debe avanzar para darnos su vida, y en el equinoccio de la primavera se crucifica en la Tierra. Entonces madura la uva y el trigo. Y es precisamente en la primavera, cuando debe el Señor pasar por su vida, pasión y muerte, para luego resucitar (la Semana Santa es en primavera).

El Sol físico no es más que un símbolo del Sol espiritual, del Cristo-Sol. Cuando los antiguos adoraban al Sol, cuando le rendían culto, no se referían propiamente al Sol físico, no. Se le rendía culto al Sol espiritual, al "Sol de la Media Noche", al Cristo-Sol.

Incuestionablemente, es el Cristo-Sol quien debe guiarnos en los mundos superiores de con­ciencia cósmica. Todo místico que aprende a funcionar fuera del cuerpo físico a voluntad, es guia­do por el "Sol de la Media Noche", por el Cristo Cósmico.

Es necesario aprender a conocer los movimientos simbólicos del Sol de la Media Noche. Él es quien guía siempre al iniciado, él es quien nos orienta, él es quien nos indica lo que debemos y no debemos hacer.

Estoy hablando, pues, en el sentido esotérico más profundo, teniendo en cuenta que todo iniciado sabe salir del cuerpo físico a voluntad (porque eso de no saber salir a voluntad, eso es propio de principiantes, o de gentes que hasta ahora están dando los primeros pasos en estos estu­dios).

Desde que uno, pues, está en la Senda, tiene que saber guiarse por el Sol de la Media Noche, por el Cristo-Sol, aprender a conocer sus señales, sus movimientos. Si uno lo ve, por ejemplo, hundirse allá en el ocaso ¿qué nos está indicando? Sencillamente que algo debe morir en noso­tros. Si uno lo ve surgir por el Oriente ¿qué nos dice eso? Que algo debe nacer en nosotros. Cuando salimos bien en las pruebas esotéricas, él brilla en toda su plenitud en el horizonte. El Señor nos orienta en los mundos superiores, y uno tiene que aprender a conocer sus señales.

Dubui, y muchos otros, han estudiado el maravilloso acontecimiento de la Navidad. No hay duda (y eso lo reconoce Dubui) de que todas las religiones de la antigüedad celebraron la Navi­dad.

Así como el Sol físico avanza hacia el Norte para dar vida a toda la creación, así también el Sol de la Media Noche, el Sol del Espíritu, el Cristo-Sol, nos da vida, si nosotros aprendemos a cumplir con sus mandamientos.

En las Sagradas Escrituras, obviamente se habla del "Acontecimiento Solar" (y hay que saber­lo entender entre líneas). Cada año se vive, en el Macrocosmos, todo el Drama Cósmico del Sol, (cada año, repito). Téngase en cuenta que el Cristo-Sol debe crucificarse cada año en el mundo, vivir todo su drama de la vida, pasión y muerte, para luego resucitar en todo lo que es, ha sido y será, es decir, en todo lo creado. Así es cómo todos recibimos la vida del Cristo-Sol.

También es cierto que cada año, el Sol, al alejarse por las regiones australes, nos deja aquí en el Norte tristes, pues él va a dar la vida a otras partes. Las noches largas de invierno son fuertes. En tiempo de Navidad, los días son cortos y las noches largas.

Vamos reflexionando en todo esto, y conviene que entendamos lo que es, ciertamente, el Drama Cósmico. Se hace necesario que en nosotros también nazca el Cristo-Sol (Él debe nacer en nosotros).

En las Sagradas Escrituras se habla claramente de "Belén" y de un "Establo" donde Él nació. Ese "Establo de Belén" está dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. Precisamente, en este establo interior moran los animales del deseo, todos esos yoes pasionarios que cargamos en nuestra psiquis, eso es obvio.

"Belén" mismo, es un nombre esotérico. En tiempos en que el Gran Kabir Jesús vino al mundo, la aldea de Belén no existía. De manera que eso es completamente simbólico. "Bel" es una raíz caldea que significa "Torre del Fuego". De manera que, propiamente dicho, "Belén" es "Torre del Fuego". ¿Quién podría ignorar que "Bel" es un término caldeo que corresponde, preci­samente, a la "Torre de Bel", la "Torre del Fuego"? Así pues, "Belén" es simbólico completamente.

Cuando el iniciado trabaja con el Fuego Sagrado, cuando el iniciado elimina de su naturale­za íntima los agregados psíquicos, cuando de verdad está realizando la Gran Obra, indubitablemente ha de pasar por la Iniciación Venusta.

El descenso del Cristo al corazón del hombre, es un acontecimiento cósmico-humano de gran trascendencia. Tal evento corresponde, en verdad, a la Iniciación Venusta.

Desafortunadamente, no se ha entendido realmente lo que es el Cristo. Muchos suponen que el Cristo exclusivamente fue Jesús de Nazareth y están equivocados. Jesús de Nazareth, como hombre, o mejor dijéramos, Jeshuá Ben Pandirá, como hombre, recibió la Iniciación Venusta, lo encarnó. Mas él no es el único que haya recibido tal iniciación. Hermes Trismegisto, el tres veces grande Dios Ibis de Thot, también lo encarnó. Juan el Bautista (a quien muchos conside­raban como el Christus, el Ungido), incuestionablemente recibió la Iniciación Venusta, lo encarnó.

Los gnósticos bautistas aseguraban en la Tierra Santa que "el verdadero mesías era Juan y que Jesús era tan sólo un iniciado que había querido seguir a Juan". Había por esos días disputas entre los bautistas y los gnósticos esenios, y otros.

Así pues, que debemos entender al Cristo como es, no como una persona, no como un sujeto. El Cristo está más allá de la personalidad, del yo y de la individualidad. El Cristo (en esoterismo auténtico), es el Logos, el Logos Solar, representado por el Sol. Ahora comprenderemos por ­qué los incas adoraban el Sol. Los nahuatls le rendían culto al Sol, los mayas lo mismo, los egipcios idénticamente, etc.

No se trata de la adoración a un Sol físico, no, sino a lo que se oculta tras de ese símbolo físico. Obviamente a quien se adoraba era al Logos Solar, al Segundo Logos. Ese Logos Solar es Unidad Múltiple Perfecta ("la variedad es unidad"). En el mundo del Cristo Cósmico, la individuali­dad separada no existe. En el Señor todos somos Uno.

Me viene a la memoria en estos instantes cierto experimento, dijéramos, esotérico, realiza­do hace ya muchos años. Entonces, sumergido en profunda meditación, logré ciertamente el sama­dhí, el estado de manteia o éxtasis, como se le denomina en el esoterismo occidental.

Deseaba yo por aquella época saber algo sobre el bautismo de Jesús el Cristo (pues bien sabemos que Juan lo bautizó).

Fue profundo el estado de abstracción. Logré el perfecto dharana (o sea, concentración), el dhyana (la meditación), y al fin conseguí el samadhí (yo me atrevería a decir que fue un maha-samadhí, porque abandoné perfectamente los cuerpos físico, astral, mental, causal, búd­dhico y hasta el átmico). Conseguí, pues, retrotraer mi conciencia en forma íntegra hacia el Logos.

Así pues, en ese estado logoico (como un "Dragón de Sabiduría"), hice la correspon­diente investigación. De inmediato me vi en la Tierra Santa, dentro de un templo; pero (cosa extraordinaria) me vi a mí mismo convertido en Juan el Bautista, con una vestidura sagrada. Vi cuando a Jesús lo traían con su vestidura blanca, su túnica blanca. Dirigiéndome a él, le dije: "Jesús, desvístete de tu túnica, de tu vestidura, porque voy a bautizarte". Después, saqué de entre un recipiente un poco de aceite (de ese de olivos), lo conduje al interior del santuario, lo ungí con aceite, le eché agua, recité los mantrams o ritos... Posteriormente, ya el Maestro se sentó en su silla, aparte. Yo guardé todo nuevamente, lo puse en su lugar y di por terminada la ceremonia.

Pero yo me vi a mí mismo convertido en Juan. Claro, una vez pasado el éxtasis o samadhí, me dije: "Pero ¿cómo va a ser posible que yo sea Juan el Bautista? ¡Ni remotamente! Yo no soy Juan el Bautista". Me quedé bastante perplejo, y dije: "Voy a hacer ahora otra concentración, pero ahora no me voy a concentrar en Juan, voy a concentrarme en Jesús de Nazareth". Entonces escogí, como motivo de la concentración, al Gran Maestro Jesús.

El trabajo fue largo, dispendioso. La concentración se fue haciendo cada vez más profunda. Pronto pasé del dharana (concentración) al dhyana (meditación); y del dhyana pasé posterior­mente al samadhí o sea, al éxtasis. Un nuevo esfuerzo supremo me permitió desvestirme de los cuerpos físico, astral, mental, causal, búdhico, átmico, hasta retrotraer mi conciencia o absor­berla en el mundo del Logos Solar.

Y en tal estado, queriendo saber sobre el Cristo-Jesús, me vi a mí mismo convertido en el Cristo-Jesús, haciendo milagros y maravillas en la Tierra Santa, curando los enfermos, dando la vista a los ciegos, etc., etc., etc. Y por último me vi vestido con la vestidura sagrada, llegando ante Juan en aquel templo. Entonces Juan se dirige a mí y me dice: "Jesús, quítate tu vestidura porque voy a bautizarte. Se cambiaron los papeles. Ya no me vi convertido en Juan, sino en Jesús, y recibí el bautismo de Juan, tal como lo he dicho. Pasado el samadhí, regresando al cuerpo físico, vine perfectamente a evidenciar con toda claridad, que en el mundo del Cristo Cósmico todos somos Uno.

Si hubiera querido meditar en cualquiera de ustedes, allá en el mundo del Logos, me hubiera visto convertido en cualquiera de ustedes, viviendo la vida de ustedes. Y es que allí no hay indivi­dualidad, ni personalidad, ni yo. Allí todos somos el Cristo, allí todos somos Juan, allí todos somos el Buddha, allí todos somos Uno. En el mundo del Logos no existe la individualidad separada.

El Logos es Unidad Múltiple Perfecta, es una energía que bulle y palpita en todo lo creado, que subyace en el fondo de todo átomo, de todo electrón, de todo protón, y que se expresa vivamente a través de cualquier hombre que esté debidamente preparado.

Bien, he hecho esta aclaración-síntesis con el objeto de especificar mejor el acontecimiento de Belén.

Cuando un Hombre está debidamente preparado, pasa por la Iniciación Venusta (pero debe estar debidamente preparado, aclaro), y en la Iniciación Venusta consigue la encarnación del Cristo Cósmico en sí mismo, dentro de su propia naturaleza.

Inútilmente habría nacido Jesús en Belén, si no naciera en nuestro corazón también. Inútil­mente habría muerto y resucitado en la Tierra Santa, si no muere y resucita en nosotros también. Esa es la naturaleza del Salvator salvandus.

El Cristo Íntimo debe salvarnos, pero salvarnos desde adentro a todos nosotros. Quienes aguardan la venida de Jesús de Nazareth para un remoto futuro, están equivocados. El Cristo debe venir ahora, desde dentro. La segunda venida del Señor es desde adentro, desde el fondo mismo de la conciencia. Por eso está escrito lo que Él dijo: "Si oyeres a alguien diciendo «en la plaza pública está el Cristo», no creáis. Y si os dijeran: «Está allí en el templo, predicando», no creáis". Porque es que el Señor no vendrá esta vez desde afuera, sino desde adentro. Vendrá desde el fondo mismo de nuestro corazón, si nosotros nos preparamos.

Pablo lo aclara diciendo: "De su virtud tomamos todos, gracia por gracia". Entonces, hay documentación. Si uno se estudia cuidadosamente a Pablo de Tarso, veremos que rara vez alude él al Cristo histórico. Cada vez que Pablo de Tarso habla sobre Jesucristo, se refiere al Jesucristo Interior, al Jesucristo Íntimo, que debe surgir desde el fondo de nuestro espíri­tu, de nuestra alma.

En tanto un Hombre no lo haya encarnado, no puede decirse que posee la vida eterna. Sólo Él puede sacar a nuestra alma del Hades, sólo Él puede verdaderamente darnos vida y dárnosla en abundancia. Así pues, debemos ser menos dogmáticos y aprender a pensar en el Cristo Íntimo ¡Eso es grandioso!

Todo el simbolismo relacionado con el nacimiento de Jesús es alquimista y kabalista. Se dice que "Tres Reyes Magos vinieron a adorarle, guiados por una estrella"... Ese texto no se podría entender, francamente, si no se supiera alquimia, porque es alquimista. ¿Cuál es esa estre­lla y cuáles son esos Reyes Magos? Yo le digo a ustedes que esa estrella no es otra que la del Sello de Salomón, la estrella de seis puntas, símbolo del Logos Solar.

Obviamente, el triángulo superior representa a Aquél, representa el azufre, es decir, el fuego. Y el inferior ¿qué representa en alquimia? El mercurio, el agua. Pero ¿a qué clase de agua se refieren los alquimistas? Dicen ellos: "Al agua que no moja, al número radical metálico", en otros términos, al exiohehai al esperma sagrado.

Indubitablemente, mediante la transmutación de las secreciones sexuales se elabora esa agua extraordinaria, las aguas puras de amrita, el mercurio de la Filosofía Secreta.

Bien vale la pena que nosotros meditemos en el Sello de Salomón. Ahí tienen ustedes el triángulo superior, representación vívida del azufre, y al inferior, representación vívida del mercu­rio. Quiere decir que el fuego sagrado, el fuego del Espíritu Santo, debe en nosotros fecun­dar a la materia caótica para que surja la vida, debe fecundar al mercurio de la Filosofía Secreta.

Indubitablemente, resulta un poco difícil entender la cuestión de la Estrella de Belén, si no apelamos al Sello de Salomón y a la Alquimia.

Repito: El mercurio es el Alma Metálica del esperma sagrado. El azufre es el fuego sagrado del Kundalini en el ser humano. Entendido eso, podemos aclarar algo más: debe el azufre fecundar al mercurio, porque con el mercurio, fecundado por el azufre, podemos fabricar los cuerpos exis­tenciales superiores del Ser. De manera que si no entendiéramos esto, no entenderíamos tampoco el Sello de Salomón ni la estrella que apareció a los Reyes Magos.

Aquí tenemos, para mejor explicación los tres mercurios:

Primer mercurio. Es lo que los alquimistas denominan azogue en bruto, o sea el esperma sagrado propiamente dicho.

Segundo mercurio. Es, precisamente, el alma metálica del primero. Mediante la trans­mutación del esperma, se convierte éste en energía. A esa energía sexual se le denomina "alma metálica del esperma".

Tercer mercurio. Es el más importante. [Aquel que ha sido fecundado por el azufre (en Alquimia, el azufre es el fuego sagrado)]. Es un poco complicadito y difícil de entender, pero si ustedes ponen atención, podrán, siquiera, forjarse una idea. Me piden que les explique lo que es la Navidad, y tengo que explicarla como es, o no explicarla.

Incuestionablemente, lo primero que tenemos es el azogue en bruto, el esperma sagrado. Segundo, la energía sexual, resultado de la transmutación del esperma. Tercero, el mercurio ya fe­cundado por el azufre, o en otros términos, la energía sexual ya fecundada por el fuego sagrado, mezcla, pues, de energía y fuego que sube por la espina dorsal, para llevarnos a la autorreali­zación íntima del Ser. Este tercer mercurio es el "arché" de los griegos. De manera que en el arché hay sal, hay azufre y hay mercurio, eso es obvio.

Allá arriba en el Macrocosmos, la Nebulosa, por ejemplo, está compuesta de sal, azufre y mercurio. Allí hay arché, es el arché de los griegos. De allí salen las unidades cósmicas. Aquí abajo, nosotros necesitamos fabricar el arché, ¿cómo? Mediante la transmutación. Y de ese arché, que será un compuesto de sal, de azufre y de mercurio, nacerán los cuerpos existenciales superiores del Ser.

Si alguien posee los cuerpos astral, mental y causal, se convierte en un hombre de verdad (eso es obvio), y recibe sus principios anímicos y espirituales.

Claro, en principio no tenemos sino el azogue en bruto, que hay que transmutar, es decir, las secreciones sexuales que hay que transmutar, sublimarlas, convertirlas en energía. Esa energía se denomina "mercurio", "alma metálica del esperma". Esa energía sube por los cordones espermá­ticos hasta el cerebro.

Posteriormente, esa energía une sus polos positivo y negativo en el coxis, cerca del triveni, y entonces surge el fuego. El fuego hace fecunda a tal energía. El fuego, mezclado con tal ener­gía, sube por la médula espinal hasta el cerebro.

El excedente de tal mercurio, fecundado por el azufre, viene a cristalizar en los cuerpos existenciales superiores del Ser. Primero se formará el cuerpo astral, segundo se formará el cuer­po de la mente, y tercero se formará el cuerpo causal. Cuando alguien posee los cuerpos astral, mental y causal, recibe sus principios anímicos y espirituales, es decir, se convierte en un ombre, en un hombre de verdad.

Así pues, eso es indispensable. Pero crear los cuerpos existenciales superiores del Ser, es una cosa, y llevarlos a la perfección, es otra cosa diferente.

Incuestionablemente, la sal, el azufre y el mercurio son la base de todo. Donde quiera haya materia, hay sal. Toda materia se reduce a la sal, y toda sal puede ser convertida en oro.

Así pues, los cuerpos existenciales superiores del Ser, vienen a ser una mezcla de sal, azufre y mercurio. La sal de cualquiera de esos cuerpos, mediante la acción combinada del azufre y del mercurio, se convierte en oro.

Convertir tales cuerpos en oro, en vehículos finos de oro, sería lo indicado, y esa es la Gran Obra. Pero no se podría realizar tal prodigio, si no recibiera uno una ayuda extra. Esa ayuda maravillosa consiste en la Navidad del Corazón. Debe nacer el Cristo en el corazón del hombre, para que se pueda realizar esa gigantesca labor, cual es la de transformar los cuerpos existenciales superiores del Ser, en vehículos de oro puro.

Ahora bien, situémonos en cualquier vehículo de éstos, el cuerpo astral. Imaginemos a una persona que tiene un cuerpo astral. Uno sabe que tiene un cuerpo astral cuando puede usarlo, cuando puede moverse con él consciente y positivamente, cuando puede viajar de un planeta a otro con el mismo. Imaginemos una persona que tiene ese cuerpo astral, pero que está trabajan­do para convertirlo en un vehículo de oro puro, es decir, que quiere perfeccionarlo. No podrá hacerlo, sin eliminar el mercurio seco, es decir, los yoes, y el azufre arsenicado, es decir, los átomos sanguinolentos de la lujuria.

Obviamente necesitará ayuda, y si consigue eliminar el mercurio seco y el azufre arsenica­do o azufre venenoso, entonces su cuerpo astral se convertirá en un vehículo de oro.

Mas la labor es difícil. Afortunadamente el Cristo Íntimo interviene y ayuda a eliminar todo ese mercurio seco y ese azufre venenoso o arsenicado, y al fin, como resultado de su trabajo, el vehículo se convierte en un cuerpo de oro.

Mas antes de convertir ese cuerpo astral en un vehículo de oro precioso, forzosamente tendrá que pasar por varias etapas. La primera está simbolizada por el color negro, por el cuervo negro, por la hoz, por Saturno. ¿Por qué? Porque el iniciado habrá de entrar en un franco trabajo de muerte. Tendrá que eliminar, destruir, desintegrar todos los elementos inhuma­nos que lleva en su cuerpo astral (y eso es muerte, podredumbre), hasta conseguir el color blanco, que es fundamental.

Obviamente, ese color blanco está representado por la paloma blanca. A los iniciados de Egipto se les ponía el KA, o sea la vestidura de lino blanco, para representar la Castidad, la Pureza.

Después, el tercer símbolo es el águila amarilla (recibe el iniciado el derecho a usar la túnica amarilla).

Y en el cuarto, en la cuarta fase del trabajo, el iniciado recibe la púrpura. Cuando recibe la púrpura, ya su cuerpo astral ha quedado convertido en un vehículo de oro puro de la mejor calidad. Pero el jefe de todo ese trabajo alquimista es precisamente el Cristo Íntimo.

Los sabios dicen que "la sal, el azufre y el mercurio son los instrumentos pasivos de la Gran Obra". Y lo más importante (dicen ellos) es el "magnes interior". Ese "magnes", citado por Para­celso, no es otra cosa sino el Cristo Íntimo, el Señor. Él debe realizar, en verdad, toda la Gran Obra.

He citado como ejemplo el cuerpo astral, pero idéntica labor hay que hacer con cada uno de los cuerpos existenciales superiores del Ser. Tal labor, sin el magnes interior de la Alquimia, sería algo más que imposible.

Por eso es que, incuestionablemente, al comenzar uno en la Gran Obra, debe encarnar al Cristo Íntimo. Él nace en el "establo" de nuestro propio cuerpo (ahí dentro tenemos todos los animales del deseo y de las pasiones inferiores). Él tiene que crecer, desarrollarse a través del ascenso de los grados, convertirse en un hombre entre los hombres, hacerse cargo de todos nuestros procesos mentales, volitivos, sexuales, emocionales, etc., etc., etc...

Pasar como un cualquiera entre cualquieras. Siendo el Cristo un Ser tan perfecto, que no es pecador, sin embargo tiene que vivir como pecador entre pecadores, desconocido entre los desco­nocidos; ésa es la cruda realidad de los hechos. Pero va creciendo, y se va desarrollando a medida que va eliminando en sí mismo, los elementos indeseables que llevamos dentro.

Es tanta su integración con nosotros mismos, que se echa toda la responsabilidad sobre sus hombros. Se ha convertido en un pecador como nosotros, siendo que Él no es pecador, sintiendo en carne y hueso las tentaciones, viviendo como cualquiera, y así, poco a poco, a medida que va eliminando los elementos indeseables de nuestra psiquis, no como algo ajeno, sino como propio de Él, se va desarrollando y desenvolviendo en el interior de sí mismos. Eso es precisamente lo maravilloso.

Si no fuera así, sería imposible realizar la Gran Obra. Él es el que tiene que eliminar todo ese mercurio seco y todo ese azufre venenoso, para que los cuerpos existenciales superiores del Ser puedan convertirse en vehículos de oro puro, oro de la mejor calidad, claro está que sí.

Los Tres Reyes Magos que vinieron a adorar al Niño, representan los colores de la Gran Obra. El primer color es el negro. Cuando estamos perfeccionando un cuerpo, repito, está simbolizado eso con el cuervo negro de la muerte. Es la obra de Saturno, simbolizada por aquel rey mago de color negro. Porque entonces estamos pasando por una muerte, la muerte de todos nuestros deseos y pasiones, etc., etc. en el mundo astral.

La paloma blanca sigue después; es decir, el momento en que ya, habiendo desintegrado todos los yoes del mundo astral, tenemos el derecho a usar la túnica de lino blanco, la túnica del Ka egipcio, o la Túnica de Isis. Es claro que está representada, como dije, por la paloma blanca. Ese es el segundo de los Reyes, el Rey Blanco.

Y si se ha avanzado mucho hacia la perfección del cuerpo astral, aparecería el color amari­llo en el mismo, y el derecho a usar la túnica amarilla. Es entonces cuando aparece el águila amarilla, y esto nos recuerda al tercero de los Reyes Magos, el de raza amarilla.

Por último, la corona de la obra es la púrpura. Cuando un cuerpo, sea el astral, el mental o el causal, etc., ya es de oro puro, se recibe la púrpura de los Reyes, porque se ha triunfa­do. Es la púrpura que todos los tres Reyes Magos, como reyes, llevan sobre sus hombros.

De manera que ahí ven ustedes que los tres Reyes Magos no son, como muchos creen, tres personas. ¡No señor! Son los colores fundamentales de la Gran Obra, y el Jesucristo es íntimo, es de adentro.

"Jesús", en hebreo, es "Jeshuá", y "Jeshuá" es "Salvador". Y como salvador, nuestro Je­shuá particular tiene que nacer en este "establo" que llevamos dentro, para realizar la Gran Obra. Él es el magnes interior del laboratorio alquimista. El Gran Maestro debe surgir, pues, en el fondo de nuestra alma, de nuestro espíritu.

Lo más duro para el Cristo Íntimo, cuando ha nacido en el corazón del hombre, es precisamente eso del Drama Cósmico, su Viacrucis.

En el Evangelio aparecen las multitudes, pidiendo la crucifixión del Señor. Esas "multitudes" no son de ayer, de un remoto pasado, como suponen las gentes, de algo que sucedió hace 1975 años. ¡No señores! Esas "multitudes" están dentro de nosotros mismos, son nuestros famosos yoes. Pues, dentro de cada persona habitan miles de personas: el "yo odio" el "yo tengo celos", el "yo tengo envidia", el "yo soy codicioso"..., es decir, cuantos defectos tenemos, y cada defecto es un yo diferente.

(Estoy hablando aquí de esta manera y de este modo, sencillamente porque veo que los hermanos que están aquí, en su mayoría son ya de la Institución, ¿no? Habrá algunos visitantes, pero si los visitantes no entienden, pues que me excusen. Pero, en realidad de verdad, como todos son de la Institución, puedo hablarles de este modo).

Es claro que esas multitudes interiores que tenemos, que son nuestros famosos yoes, son los que gritan: "¡Crucifixia, crucifixia!". [1]

Y en cuanto a los tres traidores, ya sabemos que en el Evangelio crístico son: Judas, Pilatos y Caifás. ¿Quién es Judas? El demonio del deseo. ¿Quién es Pilatos? El demonio de la mente. ¿Quién es Caifás? El demonio de la mala voluntad. Pero hay que aclarar un poquito, hay que especificar esto para que se vaya entendiendo.

Judas, el demonio del deseo, cambia al Cristo Íntimo por 30 monedas de plata. 3 + 0 = 3 (esa es la adición kabalística). Es decir, lo cambia por cosas materiales: por la moneda, por los licores, por el lujo, por los placeres animales, etc., etc., etc..., lo vende.

Y en cuanto a Pilatos, es el demonio de la mente. Ese siempre se lava las manos, nunca tiene la culpa, jamás. Para todo encuentra una evasiva, una justificación, jamás se siente culpable. Realmente, todo defecto psicológico que nosotros poseemos en nuestro interior, vivimos siempre justificándolo, jamás nos creemos culpables.

Hay personas que me lo han dicho a mí: "Señor, yo creo que soy una persona, pues, buena. Yo no mato, yo no robo, yo soy caritativo, yo no soy envidioso" (es decir, un "dechado de virtudes", perfectos según ellos). "¡Ni modo! (digo yo ante tanta perfección), goodbye!".

De manera que miremos las cosas como son, en su crudo realismo. Ese Pilatos siempre se lava las manos, nunca se considera culpable. Y en cuanto a Caifás, yo francamente considero que es el más perverso de todos.

Piensen ustedes en lo que es Caifás. El Cristo Íntimo nombra, muchas veces, a un sacerdo­te, a un maestro, a un iniciado para que guíe a sus ovejas, las apaciente. Le entrega el mando y lo pone al frente de una congregación, y el tal sacerdote o el tal maestro o el iniciado, en vez de guiar a su pueblo sabiamente, vende los sacramentos, prostituye el altar, fornica con las devotas, etc., etc., etc. Conclusión, traiciona al Cristo Íntimo (eso hace Caifás). ¿Es doloroso eso?. ¡Claro, es horri­ble, es una traición de lo más sucia que hay! Y no hay duda que son muchas las religiones que en el mundo se han prostituido, eso es obvio. Son muchos los sacerdotes que han traicionado al Cristo Íntimo. No me refiero a tal o cual secta, no, sino a todas las religiones del mundo.

Es posible, pues, que grupos esotéricos dirigidos por verdaderos iniciados, han sido estos iniciados muchas veces traidores. Han traicionado al Cristo Íntimo y todo esto es doloroso, infini­tamente doloroso. Caifás es de lo más sucio que hay. Estos tres traidores llevan al Cristo Íntimo al suplicio.

Imaginen por un momento al Cristo Íntimo en el fondo de cada uno de ustedes, al dueño de todos sus procesos mentales y emocionales luchando por salvar a cualquiera de ustedes, sufriendo horriblemente. Sus propios yoes (de ustedes) protestando contra Él, blasfemándole, poniéndole la corona de espinas, azotándolo. Bueno, ésa es la cruda realidad de los hechos, el Drama Cósmico vivido internamente.

Al fin, el Señor Íntimo tiene que subir al Calvario, eso es obvio, y baja al sepulcro. Con su muerte mata a la muerte. Es lo último que Él hace. Posteriormente, resucita en el iniciado y el iniciado resucita en Él. Entonces la Gran Obra se ha realizado, ¡Consummatum est!.

Así han surgido a través de los siglos maestros resurrectos. Pensemos en un Hermes Trismegisto, pensemos en un Moria (gran maestro de la fuerza, del Tíbet). Pensemos en el Conde Cagliostro, quien todavía vive, o en San Germain, que en el año 1939 visitara a Europa otra vez. Este San Germain trabajó activamente durante los siglos XVII, XVIII, XIX, etc., y sin embargo, físicamente sigue existiendo, es un maestro resurrecto. ¿Por qué son resurrectos esos maestros? Porque, gracias al Cristo Íntimo, lograron ellos la resurrección.

De manera que sin el Cristo Íntimo, la resurrección no sería posible. Aquellos que suponen que por el solo hecho de morirse físicamente una persona, ya tiene derecho a la "Resurrección de los Muertos", pues, en verdad son gentes dignas de compasión, y "no solamente ignoran (hablando esta vez en el estilo socrático), sino lo que es peor, ignoran que ignoran".

La resurrección es algo que hay que trabajar, y trabajarla aquí y ahora. Y hay que resucitar así, en carne y hueso, y a lo vivo. La inmortalidad hay que conseguirla ahora mismo, personalmente. Esa es la forma como se debe considerar, pues, el misterio crístico.

Todo el Drama Cósmico, en sí mismo, es extraordinario, maravilloso, y se inicia en verdad con la Navidad del Corazón. Lo que continúa después, en relación con el Drama, es formidable. Que tiene que huir a Egipto, que Herodes manda matar todos los "Niños" y Él tiene que huir. Todo eso es simbólico, completamente simbólico.

Se dice que "Jesús, que José, que María (por ahí en un Evangelio Apócrifo), hubieron de huir a Egipto, y que entonces permanecieron varios días viviendo debajo de una higuera, y que de esa higuera salía un manantial de agua purísima". Todo eso hay que entenderlo. Esa higuera repre­senta siempre al sexo. "Que se alimentaban de los frutos de esa higuera". Son los frutos del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. El agua que corría purísima, que salía de esa higuera, es nada menos que el Mercurio de la Filosofía Secreta.

Hasta del Degollamiento de los Inocentes se ha escrito mucho. Nicolás Flamel dejó grabado en las puertas allá, del cementerio de París, escenas sobre el "degollamiento de los inocentes". Pero ¿qué es esto del "degollamiento de los inocentes"? ¡Simbóli­co también y alquimista!.

Todo iniciado tiene que pasar por el "degollamiento". Pero ¿qué es lo que tiene que degollar en uno el Cristo Íntimo? Pues sencillamente debe degollar el ego, el yo, el sí mismo.

Y la sangre esa que emana del degollamiento es el fuego, es el Fuego Sagrado, con el que tiene el iniciado que purificarse, limpiarse, blanquearse. Todo eso es esotérico en gran manera. Nada de eso se puede tomar a la letra muerta.

Luego vienen los fenómenos milagrosos del Gran Maestro. Que caminaba sobre las aguas. Sí, sobre las Aguas de la Vida tiene que caminar siempre el Cristo Íntimo. Abrir la vista de los que no ven, predicando la palabra para que vean la Luz; abrirle los oídos a los que no tienen oídos para que escuchen la palabra. Cuando el Señor ha crecido en el iniciado, tiene que tomar la palabra y explicarles a otros lo que es el Camino. Limpiar a los leprosos. Todo el mundo está "leproso", todo el mundo, no hay nadie que no esté "leproso". Esa "lepra" es el ego, el yo pluralizado. Esa es la "epidemia" que todo el mundo lleva adentro, la "lepra" de la cual debe­mos ser limpios. Todos están "paralíticos", no caminan todavía por la Senda de la Autorrealiza­ción. Es que el Hijo del Hombre debe, pues, sanar a los paralíticos para que éstos echen a andar rumbo hacia la Montaña del Ser.

Hay que entender el Evangelio en una forma más íntima, más profunda. Eso no corresponde a un remoto pasado, eso es para vivirlo dentro de nosotros mismos, aquí y ahora.

Realmente, no se podrían entender los Cuatro Evangelios, si uno no estudia la Alquimia y la Kábala, porque son alquimistas y kabalistas.

Samael Aun Weor

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[nota 1] La palabra del latín popular "crucifixia" ('crucifícale') es la equivalente al crucifige del latín clásico o literario.