CURSO DE GNOSIS

B18.- El Sacrificio del Dolor

Maestro.- ¿Cómo se sacrifica el dolor?

Discípulo.- No identificándose uno con eso, sino tratar de comprender que es un acontecimiento que tiene relación con el karma, ahí...

M.- Está un poco vaga la respuesta, muy vaga, muy vaga. Generalmente..., voy a decirles a ustedes una gran verdad. El dolor solamente se sacrifica autoexplorándolo y haciéndole la disección.

Tengamos un caso concreto. Pongamos que un hombre, de pronto, encuentra a su mujer platicando muy quedito por ahí en un cuarto, con otro hombre. Realmente, esto puede provocarle ciertos celos, ¿no?. Ahora, si encuentra a la mujer ya “demasiado quedito”, en demasiada intimidad con un sujeto xx, puede haber un estallido de celos, acompañado de un gran disgusto, tal vez hasta una riña con el otro hombre, en fin, por celos. Esto produce un dolor espantoso al marido, al marido ofendido, que hasta puede dar origen a un divorcio. Un dolor moral horripilante.

Sin embargo, aunque platicaba muy quedito, no estaba haciendo nada malo; pero la mente puede hacer muchas conjeturas y, aunque la mujer niegue, niegue, la mente tiene muchos ardides, muchos recovecos en los que se forman realmente muchas conjeturas.

¿Qué hacer para salvarse de ese dolor? ¿cómo aprovecharlo? ¿cómo renunciar al dolor que le ha producido eso? Hay una forma de resolverlo y de sacrificar ese dolor. ¿Cuál? La autoexploración evidente del Ser, la autoexploración de sí mismo.

¿Están seguros ustedes, por ejemplo, de que ustedes nunca han tenido relación con otra mujer? ¿Se está seguro de que jamás se ha acostado uno a dormir con otra fémina? ¿Se está seguro de que jamás uno ha sido adúltero, ni en esta ni en pasadas reencarnaciones? Claro está que no. Porque todos en el pasado fuimos adúlteros y fornicarios, eso es obvio.

Si uno llega a la conclusión de que uno también fue fornicario y adúltero, entonces ¿con qué autoridad está juzgando a la mujer? ¿por qué lo hace? Al juzgarla, lo hace sin autoridad.

Y ya Jesús el Cristo, en la parábola de la mujer adúltera (aquélla mujer de los Evangelios crísticos) exclamó: “El que se sienta libre de pecado, que arroje la primera piedra”. Nadie la arrojó. Ni el mismo Jesús se atrevió a arrojarla. Le dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? Ni yo mismo te acuso; vete y no peques más”. Ni él mismo, que era tan perfecto, se atrevió. Ahora nosotros ¿con qué autoridad lo haríamos?

Entonces, ¿quién es el que nos está provocando el sufrimiento, el supremo dolor? ¿No es acaso el demonio de los celos? Obviamente. ¿Qué otro demonio? El yo del amor propio que ha sido herido mortalmente ¿no? El yo del amor propio es egoísta en un ciento por ciento. ¿Y qué otro? El yo, dijéramos, de la autoimportancia. Se siente muy importante. Se dirá: “¿Yo, señor don fulano del tal, y que esta mujer venga aquí con esa clase de conducta?”. Vean qué orgullo tan terrible el del señor de la autoimportancia ¿no?. O aquel otro de la intolerancia que dice: “¡Fuera, adúltera! ¡te condeno, malvada! ¡yo soy virtuoso, intachable!” He ahí pues el delito dentro de uno mismo. Ese tipo de yoes son los que vienen a producir el dolor.

Cuando uno ha llegado a la conclusión de que son esos yoes los que le han producido el dolor, entonces se concentra en la Madre Divina Kundalini y ella desintegra esos yoes. Al quedar desintegrados ya, el dolor termina. Al terminar el dolor, queda la conciencia libre. Entonces, mediante el sacrificio del dolor se ha aumentado la conciencia y se ha adquirido fortaleza.

Ahora, supongamos que no fueron simples celos, sino que fue más lejos, que sí hubo adulterio de verdad. Entonces tendrá que venir el divorcio, porque eso lo autoriza la Ley Divina ¿no?.

En ese caso, también puede decirse con absoluta seguridad que se puede sacrificar ese dolor y decir: “Bueno, ya adulteró; ¿yo estoy seguro de no haber adulterado jamás? Claro está que no. Entonces ¿por qué condeno? No tengo derecho a condenar a nadie, porque el que se sienta libre de pecado que arroje la primera piedra. Entonces ¿quién es el que me está proporcionando el dolor? Los yoes de la intolerancia, de la autoimportancia, de los celos, del amor propio, etc.”.

Si llegó a la conclusión de que son esos los que le están ocasionando el dolor, entonces, a trabajar para desintegrarlos y el dolor desaparece, queda eliminado. ¿Por qué? Porque se ha sacrificado y eso trae un aumento de conciencia, porque aquellas energías que estaban involucradas en el dolor, quedan liberadas. Trae no solamente la paz del corazón tranquilo, sino que además trae un aumento de conciencia, un acrecentamiento de la conciencia. Eso se llama “sacrificar el dolor”.

Pero la gente es capaz de todo menos de sacrificar sus dolores, quiere mucho sus dolores. Y resulta que los máximos dolores son los que brindan a uno las mejores oportunidades para el despertar de la conciencia. Pero hay que aprender a sacrificar el dolor.

Y hay muchas clases de dolores. Por ejemplo, un insultador, ¿Qué provoca un insultador? Pues el deseo de venganza inmediata. ¿Por qué? Por las palabras dichas. Pero si uno no se identifica con los yoes de la venganza, es claro que no contestaríamos al insulto con el insulto. Pero si uno se identifica con los yoes de la venganza, éstos lo relacionan a uno a su vez con otros yoes más perversos, y termina uno en manos de yoes terriblemente perversos haciendo disparate y medio.

Porque así como existe fuera de nosotros una ciudad (por ejemplo la ciudad de México o cualquier ciudad del mundo donde uno viva), así también dentro de uno mismo hay una ciudad psicológica, eso es claro.

Así como en la ciudad ésta de la vida urbana común y corriente hay gentes de toda clase (colonias de gentes buenas, colonias de gentes malas), así también sucede con la ciudad interior, con la ciudad psicológica. En esa ciudad psicológica viven muchas gentes. Nuestros propios yoes son esas gentes que viven allí. Y hay colonias de gentes decididamente perversas, y hay colonias de gentes medias, y hay colonias de gentes más o menos selectas. Nuestra propia ciudad psicológica es eso.

Si uno se identifica, por ejemplo, con un yo de venganza, éste a su vez lo relaciona a uno con otros yoes de barrios muy bajos, donde viven asesinos, ladrones, etc., y al relacionarse con esos, ellos a su vez llegan y lo controlan a uno, le controlan el cerebro y resultan haciendo barbaridad y media, y va uno a parar por último a la cárcel.

Pero ¿cómo evitar entonces caer uno en semejantes absurdos? Pues no identificándose con el insultador, no identificándose.

Hay yoes dentro de uno mismo que le dictan lo que debe hacer y le dicen: “Contesta, véngate, sácate el clavo, desquítate!”. Si uno se identifica con ellos, termina haciéndolo: contestando al insultador, termina uno vengándose, desquitándose, etc. Pero si uno no se identifica con el yo que le está dictando que haga semejante tontería, pues entonces no hace eso.

En todo caso, el insultador deja en el fondo del insultado o del ofendido el dolor. Lo interesante sería que el ofendido pudiera sacrificar ese dolor. Y puede sacrificarlo a través de la meditación. Comprender que el insultador es una máquina que está controlada por determinado yo insultante, y que lo ha insultado un yo. Comprender también que uno es una máquina y que dentro tiene yoes del insulto. Entonces, si uno compara y dice: “Aquél me insulta, pero yo dentro de mí también tengo muchos yoes del insulto", pues no tengo yo por qué condenar a aquél, puesto que yo cargo lo mismo que aquél. Y si yo cargo dentro de mí también yoes del insulto, pues no tengo por qué condenarlo. Además ¿qué es lo que se ha herido en mí? Posiblemente el amor propio, posiblemente el orgullo. Pero antes tengo que descubrir si fue el amor propio o si fue el orgullo, o qué.

Cuando uno ha descubierto quién fue el que se hirió, si fue el orgullo, a desintegrar el orgullo; si fue el amor propio, pues a desintegrar el amor propio. Esto da como resultado que, al desintegrar eso, queda libre del dolor, ha sacrificado el dolor y en su reemplazo ha nacido una virtud (la virtud de la serenidad), ha despertado aún más.

Hay que tener en cuenta entonces esto y aprender a sacrificar el dolor. La gente es capaz de sacrificarlo todo, menos el dolor. Quieren mucho sus propios sufrimientos, los idolatran. He ahí el error.

Aprender a sacrificar uno sus mismos dolores, es lo interesante para poder despertar conciencia. Claro, no es cosa fácil, el trabajo es duro. Ir contra uno mismo es algo muy duro, no es muy dulce. Pero sí vale la pena irse uno contra sí mismo, por el resultado que se va a obtener, el despertar. De manera que ¿van entendiendo ustedes?.

Discípulo.- Ahora de pronto, sería ridículo preguntarle algo que me viene ahorita mismo a la mente. Como yo me doy cuenta que nadie o casi nadie tiene esa capacidad de análisis con la que usted cuenta... ¿qué es lo que le ha dado a usted esa capacidad de análisis?

Maestro.- Les voy a ser sincero a ustedes. En principio la capacidad de análisis (aunque yo pensaba que era extraordinaria) resulta, con respecto a la actual capacidad que tengo, algo incipiente. La capacidad actual que tengo se desarrolló de una capacidad incipiente.

Esa capacidad de análisis actual no deviene ya de otra cosa sino de la disolución del ego. Resulta que cuando un tiene ego es muy torpe, pero cuando uno desintegra el ego, la esencia queda libre y la esencia libre le confiere a uno inteligencia.

Pero el que tiene ego cree que es inteligente. No lo es, pero él cree que lo es, y no lo es. Podrá ser intelectual, pero una cosa es ser intelectual y otra cosa es ser inteligente. Hay que hacer una plena diferenciación entre el intelectual y el inteligente.

Cuando uno aniquila el ego, aflora entonces la inteligencia, pero en una forma natural, espontánea. Cuando uno no tiene ego es inteligente. Pero cuando sí tiene ego (aunque se crea muy inteligente por el hecho de haber leído o de pertenecer a tal o cual escuela o ser un magnífico intelectual), no lo es, no es inteligente. Esa es la realidad de los hechos.

Yo cuando tenía ego, pensaba que tenía una gran capacidad de análisis. Después de destruir el ego, he venido a comprender que en aquella época mi capacidad de análisis era incipiente. Hasta yo creía que era gigantesca por el hecho de haber leído. Sólo el tiempo me vino a demostrar que no era tan grande como yo pensaba.

Así que lo importante en la vida es tener esa capacidad de autorreflexión evidente del Ser. Pero ésta aflora con la aniquilación del ego, así puede uno ver las cosas más claras.

Por eso es que hay nueve clases de razón. Ante todo me refiero a la razón objetiva, no a la subjetiva. La razón subjetiva es distinta a la objetiva, porque la razón objetiva se fundamenta en la conciencia. La conciencia aporta los datos a la mente interior para que ésta pueda razonar.

Y esa capacidad de razonamiento de la mente interior es maravillosa, es formidable, porque solamente funciona con los resortes de la conciencia. Porque la mente interior tiene nueve grados de desarrollo.

¿Cómo podría saberse o conocerse el grado de desarrollo de la razón objetiva o mente interior de las personas? Se conoce, exclusivamente, en los cuernos...

D.- ¿En los qué?

M.- En los cuernos...

D.- También le dicen “cachos”...

M.- Bueno eso es por allá, aquí estamos en México. De manera que si en los cuernos aparece, por ejemplo, un solo tridente, indica que es un liberado de razón objetiva hasta ahora de primer grado; pero si aparecen dos tridentes, esa persona estaría en el segundo grado de la razón objetiva; si aparecen tres tridentes, en el tercer grado de la razón objetiva; si aparecen cuatro tridentes, en el cuarto grado de la razón objetiva; si aparecen cinco tridentes, ya es venerabilísimo en todo el Megalocosmos; pero si aparecen seis tridentes, ¡Oh! ha alcanzado el grado, como dice Gurdjieff, de Anklad; ha alcanzado el Sagrado Anklad.

Seis tridentes los tienen únicamente los que han hecho la Gran Obra, nada más. Pero ahí no se queda eso, porque del sexto grado de desarrollo de la razón objetiva a donde se debe llegar, que es al Eterno Padre Cósmico Común, hay todavía tres grados más.

Quien llegue al noveno grado de desarrollo en la mente interior, incuestionablemente ya está perfectísimo en toda su plenitud, ya puede sumergirse entre el seno del Eterno Padre Cósmico Común. Se conoce, en todo caso, el grado de desarrollo de la razón objetiva por los tridentes de los cuernos.

Bueno, pero podría decirse que los cuernos los tienen solamente los demonios. No, en todo hay su pro y su contra. Si bien es cierto, por ejemplo, que la electricidad puede servir para los usos industriales, también sirve para matar...

[Debemos sentir piedad por nuestro propio Lucifer]. Hoy en día está convertido en diablo, la gente lo tiene convertido en diablo. Visto interiormente, con el sentido de la autoobservación psicológica desarrollado, se puede ver un verdadero diablo. Así lo tiene la pobre gente.

Pero cuando uno comienza a desintegrar el ego, él comienza a blanquearse. Cuando uno sabe sacrificar sus propios sufrimientos, él comienza a blanquear. Cuando uno ha desintegrado completamente al ego, él resplandece gloriosamente, y al integrarse con el iniciado, lo transforma en arcángel, porque él mismo viene a convertirse en arcángel.

Y conservará siempre sus cuernos. Pero en los cuernos están los tridentes, y el número de tridentes significa el grado de desarrollo alcanzado en la razón objetiva del Ser.

De manera que llegar uno a poder comprender, analizar o discernir con la razón objetiva las verdades más trascendentales del espíritu, del Ser, es algo grandioso. Pero eso no se consigue de la noche a la mañana, sino mediante el desarrollo de la razón objetiva. Y la razón objetiva no puede desarrollarse sino mediante los sucesivos despertares de la conciencia.

Conforme la conciencia va despertando más y más, conforme se va haciendo más y más objetiva, conforme se va desarrollando y acrecentando en cada uno de nosotros, así también y de la misma manera, su vehículo, la mente interior, se va desarrollando. Es decir, los funcionalismos de la razón objetiva obviamente se van desarrollando.

Pero distingamos entre razón objetiva y razón subjetiva. La gente tiene la razón subjetiva desarrollada, pero no tiene la razón objetiva del Ser, porque hay tres mentes.

La mente sensual elabora sus conceptos de contenido con los datos aportados por los sentidos. Ella no puede saber nada de la Verdad, ni de Dios, ni del Universo. Ahí está la razón de tipo perfectamente subjetivo.

La mente intermedia, donde están depositadas las creencias. Tampoco puede saber nada sobre lo Real.

Por último, la mente interior es el vehículo de la conciencia. Conforme la conciencia va despertando, la mente interior va desarrollándose en sus procesos analíticos objetivos en forma extraordinaria.

De manera que quien llega a tener, por ejemplo, el desarrollo total del noveno grado, y llega a tener los nueve tridentes en los cuernos de su Lucifer particular, individual, indubitablemente se ha hecho absolutamente consciente de lo Real, de la Verdad, pues hasta puede procesar análisis sobre la misma; es un Dios.

D.- ¿Un Paramarthasaya?

M.- Podría decirse Paramarthasaya. Pero no se alcanza semejantes estaturas sino mediante los sucesivos despertares de la conciencia y no se puede llegar a esos sucesivos despertares de la conciencia, sino sacrificando el dolor, aprendiendo a sacrificar los propios sufrimientos. Porque, en realidad de verdad, cada vez que uno sacrifica un sufrimiento, se acrecienta la conciencia y se adquiere más fortaleza psicológica.

Eso está perfectamente evidenciado. Sacrificar el dolor, esa es la clave más extraordinaria que hay para ir procesando el despertar de la conciencia. Estos diversos despertares, a su vez, van acrecentando o intensificando el desarrollo de la razón objetiva, que pertenece, como ya dije, a la mente interior profunda.

Por este camino uno se libera. Hay que ir acrecentando la conciencia, y conforme uno va acrecentando la conciencia, va "matando" karma. Si alguien, por ejemplo, se hace consciente del dolor que le produjo un negocio mal hecho, descubre que el yo del egoísmo estaba activo. Entonces lo desintegra y “mata” karma; o descubre que el yo de la ambición estaba activo, “mata” karma al desintegrarlo.

Y si las gentes aprovecharan hasta el más ínfimo dolor de su vida para sacrificarlo, a la hora de la muerte desencarnarían sin karma, con conciencia completamente lúcida, despierta y sin karma.

Ahora, en la práctica hemos podido evidenciar que realmente los demás no son los que nos producen a nosotros los dolores, los sufrimientos. Los sufrimientos los producimos nosotros mismos.

Por ejemplo, supongamos que a uno de ustedes le roba un ladrón su cartera, bueno, “se la vuela”. Entonces dicen ustedes: ¡Me acaban de robar, he perdido mi dinero! Luego viene la angustia: ¡quedé sin dinero!; el espantoso sufrimiento: ¡quedé sin dinero! y ahora ¿qué hago?.

Pero vamos a ver, ¿el ladrón nos produjo el dolor o quién? Y claro, ustedes dirían: “el ladrón”. Pero si ustedes se autoexploran a sí mismos, descubrirán que dentro de ustedes está el yo del apego al dinero o de apego a la cartera. Detrás también puede estar el yo del temor que exclama: “y ahora ¿qué haré sin dinero?”.

De manera que está el yo del apego y el yo del temor. Esos yoes producen angustia. Pero si uno a través de la meditación sacrifica el dolor, pues comprende uno que el dinero es pasajero, que las cosas materiales son vanas e ilusorias Si se hace consciente de esa verdad, si esa verdad no queda simplemente en el intelecto sino que se queda en la conciencia; si llega uno a comprender que estaba apegado a su cartera y a su dinero; si llega uno a comprender que tiene temor de verse sin dinero ante los problemas de la vida, entonces se propone naturalmente acabar con esos dos yoes, el del temor y el del apego.

Dice: “Voy a sacrificar el dolor porque éste es vano e ilusorio”. Y le hace la disección a ese dolor y llega a comprender que es vano e ilusorio, porque la cartera, el dinero, todas esas son cosas perecederas. Así termina desintegrando el yo del apego al dinero y el yo del temor. Y en esa forma se sacrifica su dolor y desaparece el dolor.

Pero realmente, al llegar a esas alturas, viene uno a darse cuenta quién era en verdad el que le estaba produciendo el dolor. No fue el ladrón el que le produjo el dolor, sino el yo del apego a las cosas materiales y el yo del temor.

Y lo viene a comprobar uno después que sacrifica el dolor, después que desintegra los yoes del temor y del apego. Y viene a comprender porque el dolor desaparece absolutamente. Las causas del dolor las lleva uno dentro de sí mismo, no fuera de sí mismo, sino dentro.

Si uno no sacrifica al dolor, no será feliz jamás. Y las causas del dolor no están fuera de uno mismo sino dentro de uno mismo. Yo he llegado a esas reflexiones...

Lo que más lo perjudica a uno es identificarse. Por que si un yo, por ejemplo, le dice a uno: “véngate de aquel que te ha causado un dolor”, y le sugiere a uno la idea de vengarse, y uno se identifica con ese que está ahí sugiriendo esas ideas, pues termina al fin y al cabo vengándose.

Ahora, ¿cómo se relacionan los yoes unos con otros? Piensen ustedes en una ciudad, la ciudad psicológica. Tiene colonias donde vive gente sana y colonias donde vive gente perversa y de todo un poco; suburbios más o menos malos y suburbios regulares, etc., llenos de mucha gente.

Todas esas personas que viven en esa ciudad psicológica que nosotros cargamos en nuestro interior, son nuestros propios yoes, son personas, personas. Y esas personas aprovechan cualquier oportunidad para manifestarse a través de nosotros.

Por ejemplo, si uno le pone mucho cuidado a un yo de venganza, entonces se identifica con él, se pierde en él, vive en él y termina uno haciendo lo que él quiere, comete uno errores gravísimos que lo llevan a la cárcel.

Esto se parecería en el mundo físico, por ejemplo, al caso de una persona. En el mundo físico hay muchas personas. Supongamos que una persona cualquiera pudiera perderse en uno. Entonces resultaría uno haciendo las barbaridades que esa persona tiene en su mente, ¿no? Pues esto es algo semejante.

Esas personas que viven en la ciudad psicológica son los yoes. Y si uno le pone mucho cuidado a un yo perverso, ese lo relaciona a uno con habitantes de los barrios más perversos de la ciudad psicológica; y esos otros lo relacionan con otros perversos peores que viven en las distintas calles de la ciudad psicológica. Conclusión, termina uno haciendo barbaridades.

De manera que lo más grave que hay es identificarse con esos yoes. ¿Qué diríamos (sería el colmo de los colmos) si un ciudadano que va pasando por la calle pudiera perderse en uno? Sería horrible, ¿no? Es lo mismo que sucede con los yoes. Los “ciudadanos” que viven entre la ciudad psicológica procuran perderse en uno para hacer barbaridades. Se establecen en uno; uno en ellos y ellos en uno, y resulta uno haciendo cosas incongruentes, haciendo y diciendo cosas incongruentes.

Y los trucos que ellos tienen para meterse dentro de uno y para perderse en uno es precisamente la identificación. Lo más grave es identificarse con esa “gente” que vive en la ciudad psicológica, es lo más grave.

Bueno, vamos a acostarnos. Ahí quedó grabado todo en esa cinta para los que la escuchen.

Samael Aun Weor

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